Y esta historia tiene un nombre: Stradivarius Gibson ex-Huberman, violín construido en Cremona (Italia) en 1713. Stradivarius construyó más de 1000 violines, pero solo alrededor de 600 han llegado hasta nuestros días. Como todos (o casi todos) los grandes violines, se les atribuyen apodos en función de sus propietarios más prestigiosos, características definitorias del instrumento o con el ex- delante para el caso de antiguos propietarios (como en nuestra historia).
Por ejemplo “Il Canone”, un precioso violín de Guarneri de Gesú construido en 1743, que perteneció a Paganini y que toma su nombre del calificativo que el virtuoso le dió al instrumento. Y es que tenía tanta potencia sonora como un cañón.
O sea, que si quieres que tú violín gane en prestigio, has de buscarle un nombre 😉.
Como curiosidad, en el disco “12 Stradivari” de Janine Jansen, 12 de los violines más maravillosos del constructor nos muestran las diferentes personalidades de cada uno en diferentes piezas. La grabación de este CD la tenéis plasmada en este documental llamado “Janine Jansen: falling from Stradivari”que saldrá a la luz en los próximos meses.
Bueno, el violín que nos ocupa, el Stradivarius Gibson, fue construido en Cremona (Italia) en 1713, como ya hemos dicho, y en el pasado perteneció a violinistas célebres como George Alfred Gibson (de quien tomó el nombre) y el virtuoso polaco Bronislaw Huberman. Fue precisamente este último quien, un triste 28 de febrero de 1936, sufrió un doloroso robo: alguien entró en su camerino en el Carnegie Hall de Nueva York y se llevó el Stradivarius. Huberman estaba en ese momento en el escenario (actuando con otro violín, naturalmente). Cuando dió parte del robo, no hubo nada a hacer. El músico falleció en 1947 sin haber podido recuperar su violín.
Mientras tanto, en Nueva York, un común violinista llamado Julian Altman sobrevivía como integrante de la sección de cuerda de algunas orquestas locales o como colaborador ocasional de formaciones en gira. Quizás la cosa más llamativa en él era su violín, siempre cubierto de una capa de grasa oscura que olía a betún de zapatos.
Es ahora cuando debemos presentaros al villano de nuestra historia…
Julian Altman trabajaba en el restaurante Russian Bear, situado junto al Carnegie Hall. Como músico, conocía bien la sala de conciertos y, a menudo, solía pasarse por allí a charlar con los porteros o ensayar en el almacén o el vestuario.

Es por eso que, la noche del 28 de Febrero de 1936, no resultara extraño ver llegar a Julian con una funda de violín y vestido con el uniforme del Russian Bear. Julian era familiar en los alrededores del Carnegie Hall. Así que lo dejaron pasar…
Según un artículo de la revista The strad 2019, debemos hacer una pequeña pausa para hablar del tiempo. Este factor, cambió el curso de la historia.
Esa noche era una noche muy húmeda. Y por eso, el violinista que actuaba, un polaco llamado Bronislaw Huberman decidió no tocar con su Stradivarius Gibson. La temperatura y la humedad afectan muchísimo a los violines….
En su lugar, decidió utilizar su segundo violín, un fantástico Guarneri de Gesú, dejando su Gibson en el camerino.
Nadie vió a Julian entrar en el camerino vacío, cambiar el Stradivarius por su viejo violín y volver a salir por la misma puerta por la que entró. De hecho, era tan conocido y familiar en el Carnegie Hall, que ni siquiera cuando se descubrió el robo, se percataron de la posibilidad de Julian como ladrón.
Por segunda vez, el Gibson era arrebatado de las manos de Huberman. Ya se lo habían sustraído de una habitación de un hotel en Viena en 1916, pero el instrumento había sido recuperado horas después.

Con el tiempo, el robo cayó en el olvido, y Julian pasó los siguientes cuarenta años tocando el Gibson en bares de Nueva York de los que solía volver borracho, tocando para feligreses en iglesias y con orquestas menores . Incluso tocó con ese violín para el presidente Ricard Nixon como miembro de la National Symphony. Pero, a pesar de su empeño, nunca llegó a brillar. Tocaba con un viejo esmoquin y un violín teñido de negro que siempre olía a betún. Nunca lo había llevado al luthier…
En todo este tiempo, nadie se fijó en el violín de Julian.
Julian también tocaba para una pequeña niña por su cumpleaños (lo hacía todos los años desde que ella tenía uso de razón). Y siempre le tocaba la misma canción: el tema De Lara en la película Doctor Zhivago (que, por cierto, se rodó en gran parte en Soria. “Mirad los Urales….digo el Moncayo…. Mi padre cuenta divertidas anécdotas sobre los extras….pero esta es otra historia…)
Bueno, seguimos….
El tiempo pasó sin novedades sobre el Stradivarius Gibson hasta que, en 1985, Altman cayó gravemente enfermo.
Julian no era un buen hombre, así que acabó entre rejas por no portarse bien con la niña, amiga de la familia, a la que todos los años le tocaba el violín por su cumpleaños. Un día, estando en la cárcel, se dio un fuerte golpe y, durante la revisión en el hospital, le detectaron un cancer de estómago. ¿El karma quizás?
Y es aquí donde se destapa el misterio…

En el lecho de muerte, llamó a su esposa Marcelle y le pidió que abriera el estuche del violín para buscar un bolsillo secreto en el que encontraría unos documentos importantes. Lo que Altman ocultaba allí eran los recortes de los periódicos con la noticia del robo del violín de Bronislaw Huberman. Altman explicó que había robado el Stradivarius por presiones de su madre, quien estaba convencida de su hijo no había conseguido triunfar en la música por no tener un violín a la altura de su talento. De hecho, según Altman, había sido idea de su madre intentar robar el Stradivarius; él solo probó a colarse en el camerino de Huberman y, como lo consiguió con suma facilidad, cogió el violín y se lo llevó.
Durante las casi cinco décadas que siguieron al robo, Altman utilizó betún para camuflar al Gibson y que nadie notara que su violín era una de las piezas más buscadas de la historia. Huberman murió en 1947 y jamás supo qué pasó con su preciado instrumento.
Altman tocó con su violín hasta el final de sus días, el 12 de Agosto de 1985.
Tras la muerte de Altman en 1985, Marcelle decidió presentarse ante las autoridades y contar lo que su esposo le había confesado. El instrumento era propiedad de la famosa aseguradora Lloyd de Londres, que había indemnizado a Huberman con 30,000 dólares por su pérdida. A esa altura, el Stradivarius estaba valorado en 1.1 millones.
La mujer incluso consiguió una recompensa de 263.000 dólares por su colaboración. Al fin y al cabo, para el banco la operación había supuesto un negocio redondo: habían pagado al violinista polaco unos 30.000 dólares y ahora tenían de vuelta un Stradivarius valorado en más de un millón. Eso sí, la factura de los restauradores del violín no debió de ser barata: tardaron nueve meses en eliminar todo el betún con el que Julian Altman había intentado camuflar el violín.
Pronto la casa de Marcelle en Connecticut se llenó de reporteros y prensa del New York Times, periódicos locales o programas de televisión. El mismísimo Charles Beare, el mayor experto en violines del mundo hasta su retirada en 2012, voló desde Londres para echarle un vistazo al violín. Declaró su autenticidad y se lo llevó para encargarse de la restauración en Milán. La aseguradora Lloyd lo vendió por 1’2 millones de dólares a Norbert Brainin, primer violín del Cuarteto Amadeus, uno de los cuartetos de cuerda más reconocidos en el mundo.

En un encuentro entre Brainin y Joshua Bell (¿os acordáis de aquel experimento social donde un famoso violinista tocaba en el metro y no era reconocido? Pues el mismo), este le dijo de broma que podría tocar su Gibson por 4 millones de dólares. Poco después, Bell descubrió que el Gibson estaba a punto de ser vendido por ese precio a un coleccionista alemán y vendió su Stradivarius “Tom” por algo más de dos millones y adquirió el Gibson por algo menos del precio que pedían inicialmente. Como veis, las cifras son escalofriantes….
Desde su hallazgo, el Stradivarius Gibson no se ha bajado de los escenarios. La primera grabación que hizo Bell con el Gibson es su disco “Romance de violín” en 2003.
Aquí podéis escucharlo en acción en su última aparición pública el 15 de Julio de 2021 en el Estonia Festival Orchestra.
Y podríais pensar que este es el fin de nuestra historia. Pero nada más lejos de la realidad.
Resulta que, la pequeña niña a la que Julian tocaba el tema de Doctor Zhivago en cada cumpleaños (¿lo recordáis?) vió que el gran Joshua Bell había comprado el Gibson, así que le envío un email explicándole su relación con ese instrumento. Cual fue la sorpresa de la ya no tan niña al recibir una invitación del mismísimo Joshua para escuchar su próximo concierto y poder volver a oír el violín.
La “niña” recogió sus pases VIP sin tener muy claro que le hacía sentir todo aquello. El comenzó a tocar. El sonido era tan bello como ella recordaba. Cuando el concierto acabó, esperó en el backstage como el señor Bell le había indicado. A pesar de ser como una estrella de rock, rodeado de gente que quería hablar con el, Joshua se separó de la multitud y le pregunto a la “niña” si quería ver el Gibson. Cuando Bell abrió la funda, ella lo miro fijamente. Ya no era ese violín oscuro, lleno de humo de cigarrillo de bares, y recordó como ese sonido había sido un punto de luz en esos años tan oscuros. Ella agradeció a Joshua ese gesto y él le invitó a sentarse juntos un día para que le contara toda la historia.
Karra Shimabukuro para el New York Times
Por supuesto, esta historia da para mucho. Incluso un documental: The return of The violin
